viernes, 13 de marzo de 2009

TERREMOTO DE 1575 Y SUCESOS POSTERIORES

En el terremoto del 16 de noviembre de 1575 la ciudad fue destruida casi por completo.
Al anochecer de ese día, según relata el corregidor de Valdivia, Pedro Mariño de Lobera (testigo presencial de esta catástrofe):

“…comenzó a temblar la tierra con gran rumor y estruendo, yendo siempre el terremoto en crecimiento sin cesar de hacer daño, derribando tejados, techumbres y paredes, con tanto espanto de la gente, que estaban atónitas y fuera de si de ver un caso tan extraordinario. No se puede pintar ni descubrir la manera de esta furiosa tempestad que parecía ser el fin del mundo, cuya prisa fue tal que no dio lugar a muchas personas a salir de sus casas, y así perecieron enterradas en vida, cayendo sobre ellas las grandes maquinas de los edificios. Era cosa que erizaba los cabellos y ponía los rostros amarillos, el ver menearse la tierra tan aprisa y con tanta furia que no solamente caían los edificios sino también las personas, sin poder tenerse en pie, aunque se asían unos de otros para afirmarse en el suelo. Demás de esto, mientras la tierra estaba temblando por espacio de un cuarto de hora, se vio en el caudaloso río, por donde los navíos suelen subir sin riesgo, una cosa notabilísima, y fue que en cierta parte de él se dividió el agua corriendo la una parte de ella hacia la mar, y la otra parte río arriba, quedando en aquel lugar el suelo descubierto de suerte que se veían las piedras. Ultra de esto salio la mar de sus límites y linderos, corriendo con tanta velocidad por la tierra adentro como el río de más ímpetu del mundo. Y fue tanto su furor y braveza, que entro tres leguas por la tierra adentro, donde dejo gran suma de peces muertos, de cuyas especies nunca se habían visto en este reino. Y entre estas borrascas y remolinos se perdieron dos navíos que estaban en este puerto, y la ciudad quedo arrasada por tierra, sin quedar pared en ella que no se arruinase.”
(Diego Barros Arana, Historia General de Chile, Tomo 2, pág. 330 – 331)

La ciudad quedo por el suelo y sus sobrevivientes debieron, por sigilo o temor, vivir a la intemperie hasta reconstruir la ciudad.
Los indios de la zona, aprovechando la situación acaecida luego del terremoto, tomaron las armas y emprendieron la guerra contra los españoles en marzo de 1576.
Al enterarse del alzamiento los corregidores de Valdivia Pedro de Aranda y de Villarrica Pardo de Maldonado acudieron con sus fuerzas a la zona de Riñihue a plantear combate al enemigo, el cual seria vencido. Esta acción seria la primera de varias por seguir durante la mayor parte del año.
En medio de esta lucha y de la situación precaria causada por el terremoto de 16 de diciembre, los vecinos de Valdivia pasaron todavía por otro cataclismo no menos peligroso y aterrorizador que el mismo terremoto. En las faldas de la cordillera, el sacudimiento de la tierra había desplomado un cerro, precipitándolo sobre la desembocadura del lago de Riñihue y va a formar el río de Valdivia. Esos materiales formaron un dique que atajaba el curso de las aguas. Subsistió este estado de cosas durante cuatro meses, aumentando considerablemente los depósitos del lago; pero a fines de abril de 1576, las aguas detenidas, engrosadas con las lluvias del otoño, rompieron ese dique y corrieron con gran estrépito, desbordándose en los campos vecinos, arrancando los árboles que encontraban a su paso y arrastrando las chozas de los indios de todas las inmediaciones.
En Valdivia, los efectos de esta inundación fueron desastrosos. El capitán Mariño de Lobera, que desempeñaba el cargo de corregidor, en previsión de este accidente, había dispuesto que los vecinos de la destruida ciudad, establecieran sus habitaciones provisorias en una altura inmediata.

"Con todo eso, cuando llegó la furiosa avenida, puso a la gente en tan grande aprieto que entendieron no quedara hombre con vida, porque el agua iba siempre creciendo de suerte que iba llegando cerca de la altura de la loma donde está el pueblo; y por estar todo cercado de agua, no era posible salir para guarecerse en los cerros, sino era algunos indios que iban a nado, de los cuales morían muchos en el camino topando en los troncos de los árboles, y enredándose en sus ramas. Lo que ponía más lástima a los españoles era ver a muchos indios que venían por el río encima de sus casas, y corrían a dar consigo a la mar, aunque algunos se echaban a nado y subían a la ciudad como mejor podían. Esto mismo hacían los caballos, y otros animales que acertaban a dar en aquel sitio procurando guarecerse con el instinto natural que les movía. En este tiempo no se entendía en otra cosa sino en disciplinas, oraciones y procesiones, todo envuelto en hartas lágrimas para vencer con ellas la pujanza del agua, aplacando al Señor que la movía. Cuya clemencia se mostró allí como siempre, poniendo límite al crecimiento, a la hora de medio día, porque aunque siempre el agua fue corriendo por el espacio de tres días, era esto al peso a que había llegado a esta hora, sin ir en más aumento como había ido hasta entonces. Finalmente, fue bajando el agua al cabo de tres días, habiendo muerto más de mil y doscientos indios y gran número de reses, sin contarse aquí la destrucción de casas, chacras y huertas, que fuera cosa inaccesible".
(Pedro Mariño de Lovera, Crónica del Reino de Chile, pág. 345)

Corría abril de 1578 cuando se dio la noticia del alzamiento de los indios de Mangue. Asaltaban a los castellanos que viajaban por los alrededores de Valdivia. Ante esto el capitán Juan de Matienzo convoco fuerzas las cuales, a la cabeza del corregidor de Valdivia, Cosme de Molina, marcharon hacia el sitio de Guaron (orillas de la laguna Renigua). En aquel lugar caería el corregidor y sus fuerzas serian mermadas por los indios de la zona.

“Llegado el mes de abril de 1578 hubo nueva en la ciudad de Valdivia de que los indios de Mangue habían vuelto a su pertinacia tomando armas contra los que estaban de paz, y asaltando a los españoles que iban descuidados. Para remediar este daño comenzó el capitán Juan de Matienzo a juntar algunos soldados, entre ellos a un vecino que por resistir a su mandato fue puesto en prisión contra voluntad del corregidor, que era Cosme de Molina, y vino a proceder tan adelante la disensión que hubo sobre esto, que estuvieron a canto de venir a las manos con grande alboroto de la ciudad que tenia hartas guerras de los de fuera sin que hubiese otra entre los domésticos. Finalmente vino a parar el negocio en que el mesmo corregidor tomó la mano en hacer jente y salir a los enemigos, aunque la tuvo tan mala, que no juntó más de siete hombres con los cuales salió en busca de los contrarios. Y aunque le persuadieron mucho que no pasase del lugar de su encomienda, donde había alguna más seguridad, que en la tierra que esta mas adelante; con todo eso hizo poco caso de admoniciones, y se dejó ir hasta el sitio de Guaron orilla de la gran laguna de Renigua. Apenas había sacado el pie del estribo cuando los rebelados dieron sobre él arremetiendo con gran coraje, y fue tal la triste suerte del capitán Molina que al primer encuentro cayo de su caballo en medio de los enemigos; los cuales se cebaron en él, aunque se levanto de presto, y procuro safarse de sus manos. Viendo sus compañeros el pleito mal parado picaron los caballos volando por el campo raso, sin socorrer al desventurado capitán, que les daba voces corriendo tras ellos a pie hasta emparejar con un monte, donde se metido a buscar remedio aunque lo halló poco, porque le cogieron luego los indios, y le sacaron del boscaje, y el alma del cuerpo. Y era tanta su rabia y barbaridad que por tomar en él toda la venganza que quisieran haber de esotros siete le cortaron los brazos, y piernas por todas sus coyunturas habiéndole quitado el cuello de los hombros, y así lo dejaron como a un tronco, donde fue hallado al cabo de pocas horas y llevado a la ciudad, que hizo no menor llanto en vieron cuerpo tan diforme, qué sentimiento en ver a su corregidor muerto a manos de sus contrarios.
Y aunque la huida de los siete consortes fue tan a tiempo que no aguardaron a segundo lance, con todo eso murieron dos de ellos, a quienes siguieron los enemigos hiriendo otros tres con saetas enarboladas, de cuyas heridas vinieron a morir dentro de 24 horas. En este alcance se mostró muy animoso y esforzado un mancebo llamado Juan de Padilla, que había pretendido hacer rostro a los indios ayudando a su capitán, y lo puso por obra por un rato hasta que vio que lo dejaban solo obligándole a retirarse, aunque siempre peleando sin volver las espaldas, como los demás de su compañía”.
(Pedro Mariño de Lovera, Crónica del Reino de Chile, Capitulo XI, pág. 369)

En 1580, luego de fundar la ciudad de Chillan, el gobernador Ruiz de Gamboa continuaría su marcha hacia el sur llegando a la región de Valdivia. Hasta el momento se había conseguido derrotar las juntas de los indios sublevados pero la victoria no era total. Los indios seguían agrupándose y atacaban a los españoles. Ruiz de Gamboa llegaría a la conclusión de que la mejor manera de someter a los naturales era un sistema de fuertes con pequeñas guarniciones las que se encargarían de sofocar las juntas huilliches. Además se daría cuenta de la necesidad de contar con más hombres para levantar los fuertes y defenderlos. Para ello encargaría al capitán Pedro Olmos de Aguilera, vecino de Imperial, viajar a Santiago a solicitar los socorros y tropas necesarios.
En Santiago Olmos de Aguilera se encontraría con la mayor resistencia de parte del Cabildo de esa ciudad. Se negaron a entregarle los recursos solicitados aduciendo que los costes eran excesivos.
Al enterarse de ello el gobernador, que aun se encontraba en Valdivia (mayo de 1581), acudió a Santiago con un grupo de sus tropas. Iba decidido a reprimir los ánimos.
A fines de 1583 partía desde Santiago una tropa al mando de Luis de Sotomayor con el encargo de someter a los naturales del sur. Sin atreverse a ingresar a los territorios hostiles realizaría en las parcialidades de Valdivia, Villarica y Osorno algunas acciones punitivas de poca relevancia sin jactarse de dar pánico a los enemigos.
Luis Sotomayor, hermano del gobernador de Chile, marcharía en 1586 hacia las inmediaciones de Valdivia para realizar una campaña contra los indios.
En abril de 1588 mientras el gobernador Alonso de Sotomayor permanecía en Imperial llegaba un emisario desde Valdivia, enviado por el coronel Francisco del Campo. Traía noticias sobre el avistamiento de parte de los indios de la zona de tres buques misteriosos. Sotomayor despacharía mensajeros a Concepción y Santiago recomendando líneas de acción para proteger las costas del Reino en caso de que dichos buques atacan. Posteriormente se darían cuentas las autoridades hispanas que los indios de la zona no eran la mejor fuente de información.

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