viernes, 8 de mayo de 2009

BATALLA DE EL TORO

Beauchef, al enterarse de los planes españoles de recuperar Valdivia, partiría con una columna de 200 hombres hacia el sur, llegando a Osorno el 25 de febrero.}En tanto el gobernador de Chiloé, Quintanilla, dispuso la formación de un cuerpo de combatientes con los restos de la tropa llegada de Valdivia y les ordeno ir en busca del enemigo.
Al saberse esta noticia en Osorno, Beauchef partiría hacia el sur en busca de los españoles, siendo sorprendido en la estancia “El Toro” el 6 de marzo. Después de un corto combate los españoles se vieron obligados a retirarse hacia el sur.
El jefe patriota, a pesar de la inferioridad numérica en que se encontraba, resolvió salir al encuentro del enemigo con 140 soldados.
El 6 de marzo de 1820 hizo adelantar una vanguardia de 50 hombres al mando del capitán José María Labbé, el cual, al llegar a la Hacienda El Toro, tropezó con el grueso del ejército realista. Al verse en inferioridad, Labé retrocedió perseguido de cerca por Bobadilla. Al sentir el fuego, Beauchef decidió dar la batalla con los noventa hombres que le quedaban, ya que a los cincuenta de Labé los hizo pasar a retaguardia para curar las heridas y amunicionarse.
Abrió Beauchef fuego vivo sobre la masa del ejército realista, la cual, desmoralizada y confundida, se arremolinó.
Junto con advertirlo, Beauchef dio una vigorosa carga a la bayoneta que los puso en fuga.
Los patriotas, montando los caballos quitados al enemigo y convirtiendo los fusiles en lanzas, iniciaron una persecución implacable.
Los realistas perdieron dos cañones, 140 fusiles, cargas de municiones y dejaron en el campo de batalla 40 muertos y 106 prisioneros. Los patriotas tuvieron 11 muertos y 29 heridos.

“Marchaba con mi división con la mayor precaución. Según mis cálculos, estaba casi seguro de encontrar al enemigo ese mismo día; había caminado poco más o menos tres leguas y era medio día cuando oí como un disparo de fusil.
Al momento principio una enérgica descarga de fusilería. Ordene que todos se desmontaran y tome un fusil y me fue a la cabeza diciéndoles:
Ha llegado el momento de salvar la plaza de Valdivia. Vamos mis amigos, ¡viva la Patria y marchemos!
El señor Ángel Agüero, que me había seguido, recibió orden de retirarse hacia atrás con todos los caballos y de cuidarlos. En aquel momento, seguimos el sendero con paso acelerado; pero había tantas vueltas en esas inmensas montañas que hacia más de un cuarto de hora que marchábamos sin poder llegar al lugar del combate.
Cuando me desmonte, se oía la descarga de fusilaría, con tal fuerza, que creía encontrarme muy cerca.
El fuego seguía siempre repetido por el eco de esas antiguas selvas; era una prueba de que mi vanguardia se sostenía con vigor; era un feliz presagio que animaba una alta moral a mis soldados, deseosos de socorrer a sus camaradas.
Por el fuego bien nutrido, se podía juzgar que toda la división española se había arrojado sobre los bravos de mi vanguardia.
Por fin, llegue al pie de una pendiente muy elevada.
El sendero estaba cerrado por un grueso árbol derribado que había sido cortado de modo que pudiera pasar un caballo.
El fuego principia a cesar.
Mi vanguardia estaba en retirada, pero en orden y en tranquilidad.
Le ordene (al comandante Labbé) que pasara a la retaguardia y distribuyera cartuchos a sus granaderos que se hallaban en estado de combatir y que los heridos fueran a reunirse con el seños Agüero que estaba detrás con los caballos, lo que realizo al momento.
Tenía yo un grupo de granaderos a mi lado cuando los enemigos aparecieron en medio de la cuesta.
Nos hicieron una descarga.
Cuatro de mis granaderos fueron derribados; todos habían sido heridos en la cabeza; las balas venían casi perpendicularmente hacia nosotros.
En el mismo momento divise un oficial de caballería; le dirigí la puntería y lo derribe.
Al instante, ordene la carga a la bayoneta. Este grito fue repetido por todos los soldados y nos precipitamos sobre ellos a los gritos de: ¡viva la Patria!
Tres a cuatro tambores que yo tenía tocaron la carga; nos encontramos cuerpo a cuerpo con el enemigo asombrado de nuestra impetuosidad. Lo que me asombro mas fue encontrarnos en medio de su caballería, infantería, todos juntos.
Mis soldados hacían un fuego terrible y empleaban la bayoneta contra esas tropas en desorden, que ya no trataban de defenderse sino de huir, y mis soldados hacían una carnicería espantosa.
Mi voz no era oída.
Perseguían al enemigo en su fuga con tal vigor, que no me permitían alcanzarlos. Los jinetes abandonaban sus cabalgaduras para ocultarse en el bosque y librarse de una muerte segura.
Mis soldados, como todos los chilenos buenos jinetes, se apoderaban de los caballos y la bayoneta les servia de lanza.
La derrota fue completa.
Los perseguimos a paso acelerado casi cinco leguas. Los soldados quedaron abatidos y se detuvieron, al fin, y así pude alcanzarlos.”
(Memorias de Jorge Beauchef)

Después de derrotar a las fuerzas españolas Valdivia quedaría en una calma relativa ya que hacia el norte se descubriría una acción sediciosa contra Beauchef y encabezada por el fraile Salvador Rasela, misionero de Ninhue. Rasela logro obtener ayuda de los mapuches de la zona del río Cruces, especialmente del cacique de Pitrufquén. Al enterarse de esto, Beauchef le mandaría prender junto a los demás sediciosos.
Otras acciones se llevarían a cabo en distintos lugares de la provincia para combatir a los montoneros, incluso el mismo Beauchef partiría contra ellos.

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